Crónica periodística hecha por Helen Naranjo.Directora de Los Santos Digital.
(Este hecho es real, sin embargo se utilizaron nombres ficticios para proteger la identidad de las personas)
Cuando el coyote les gritó: ¡¡¡policía, policía !!!… Anastasia se echó a correr y al instante recordó que no llevaba a su hijo de 6 años, cuando pudo verlo él ya iba más adelante, apenas si divisó a lo lejos su corta estatura, pero Uriel sabía que, si los veía la policía, debe velar por él.
Anastasia y el pequeño Uriel acostumbraban pasar por el monte que los encubría allá en el paso entre Peñas Blancas y el Naranjal de Nicaragua al menos 2 veces al año, cuando iban a darse una vuelta a ver como estaba la familia y llevar un dinero para los paisanos .Sin embargo ; el pasado 19 de marzo de 2020, quedó grabado en sus mentes como el día que los atrapó, pues tan solo iban por unos días a rezarle el primer año de fallecido el abuelo Pedro Espinoza , cuando en medio de la comelona tradicional , el aviso del cierre de fronteras por la aparición del primer caso de Covid 19 en Costa Rica les reprimió su regreso a casa.
Unas cuantas llamadas a su hermano Carlos que se había quedado en la finca de los Villegas donde vivían desde hace tres años en Tarrazú, y ver los noticiarios nicaragüenses como el diario la Prensa que titulaba: “Costa Rica cierra sus fronteras y decreta estado de emergencia por coronavirus”, bastaron para que Anastasia cayera en cuenta que se habían quedado atrapados.
Entre los vecinos del municipio de Esquipulas, Matagalpa cada vez era más fuerte la voz de que la frontera con Costa Rica estaba blindada de policías y que pasar sería un sueño.
Según datos de la Dirección General de Migración y Extranjería de Costa Rica, desde el 19 de marzo hasta el 15 de setiembre de 2020, la policía nacional había rechazado el ingreso de 19.635 ciudadanos, de los cuáles 18. 990 son nicaragüenses.
Los días de espera por mejores noticias, se convirtieron meses, el dinero se acabó y Anastasia supo lo que fue no tener nada que poner en la mesa a la hora de almuerzo.
Entre una risa tímida y una mirada de dolor recuerda ver a su hijo ponerse cada vez más flaco a causa del hambre que los invadía algunos días más que otros.
El dinero que llegaba lo mandaba su hermano para que con eso tuvieran algo que comer, porque en Nicaragua no hay ayuda social, no hay trabajo y menos regalan alimentos.
Cierto día la llamada inesperada de la maestra Ana del kínder de Uriel que cursaba el kínder en una escuela de Tarrazú, le dio una luz y esperanza a aquella madre angustiada:
— “Anastasia usted tiene al niño matriculado en la escuela, vea a ver como hace y se viene para que no pierda el año, y además aquí están los diarios que el Ministerio de Educación destinó para él, si usted se viene hasta se puede legalizar gracias al niño”. –le dijo.
Las palabras de aquella maestra no se las llevó el viento, y de inmediato la madre nicaragüense averiguó cuanto cobraba un coyote que la mandara para Costa Rica junto con el niño, necesitó unos 90 mil colones para pagarles y cuando desde Costa Rica llegaron a sus manos, planeó todo. El contacto fue rápido y en cuestión de dos días y con la plata que su hermano le mandó ya estaban tomando el bus para Managua, en tres horas se pusieron a la capital y de ahí tomaron otro camión hasta el Naranjal, en 9 horas el agua y la comida ya se estaban escaseando y además el calor puso los alimentos que trían para el camino agrios.
Al caer la noche una cuartería les dio techo para dormir, (si es que con tanto miedo se logra pegar un ojo). Al día siguiente a las 8 de la mañana la lancha que los pasaría por el Río San Juan ya estaba esperando, Uriel lloró porque le daba miedo el agua y que se hundieran, la posibilidad de morir en el trayecto no se apartó de su cabeza. Pero al coyote le importó poco, solo necesitaba salir rápido antes de que el policía nica al que le pagaron para que se hiciera de la “vista gorda”, se arrepintiera de encubrirlos y los mandará de nuevo para su pueblo.
Anastasia que era la única del grupo con niños, lo montó a la fuerza y se enrumbaron a Ñoca durante hora y media, pasado un rato Uriel ya había perdido el miedo y se limitó a ver los chalecos salvavidas y el agua que corría tras la lancha.
Al llegar a Ñoca estaban listas las motos que los atravesaron por un lodazal que los llenó de barro hasta los hombros. A su llegada aún en el lado nica los metieron en una casa abandonada mientras pasaban las horas, con la esperanza de que el cambio de turno de la policía tica les sirviera de distracción para poder pasar.
Muchos senderos clandestinos de Guanacaste hacia Nicaragua empiezan en los patios traseros de las casas cercanas a la frontera, según escribe la periodista Noelia Esquivel del diario digital la Voz de Guanacaste, las familias ahí cobran un “peaje” por dejar pasar a quienes migran. Una sentencia costarricense del 2017 indicaba que el cobro era de unos US$15 en ese entonces.
El Coyote les dio el anuncio de que salieran, pero en unos minutos se tuvieron que echar a correr porque uno de la Fuerza Pública los había visto.
—-Policía, ¡¡¡policía !!!—les dice gritó el coyote, y esa era la alerta de que cada quien se la tenía que jugar como pudiera. Anastasia que ya había hecho el trecho por el monte varias veces sola, corrió y al instante recordó que alguien la acompañaba y no lo veía, levantó su mirada desesperada y divisó a Uriel que le aventajaba unos metros en la carrera, las advertencias de que eso podía suceder habían quedado guardadas en la mente del pequeño que usó la energía que tiene un niño de 6 años para jugar, esta vez para huir de los hombres malos de uniforme azul.
De los 45 que iban a cruzar solo lo lograron 22, Anastasia no se creía que ella y su niño estaban en ese grupo, cuando pusieron sus pies en suelo tico el miedo por contagiarse del coronavirus volvió a ser latente porque el temor a la policía ya había quedado atrás.
Un taxista rojo los recogió en una finca en San Carlos, donde decenas de ticos fueron testigos de su paso, pero la mayoría no dijo nada porque sabían que tarde o temprano el paso ilegal se iba a reanudar, y el coyotaje es una práctica que encadena a varios finqueros y comerciantes del norte y les deja un dinero a todos.
Según relató al diario La voz de Guanacaste Estela Hurtado, ella vive en un callejón donde una línea imaginaria divide al Peñas Blancas costarricense con el Peñas Blancas nicaragüense, día a día ve pasar decenas de personas de manera ilegal, desde nicas, hasta, haitianos y cubanos. —pasa de todo—relató al medio digital; ella y varios vecinos se ganan la vida vendiendo tortillas y lavando los pies “embarrialados “de todas estas personas que se aventuran a pasar ilegales por las fronteras.
El pasado 17 de setiembre el diario nicaragüense El Confidencial informó la captura de una red de estafadores que timaban a las personas , consiguiéndoles papeles falsos para que pudieran circular por la zona transfronteriza, trabajo por el que cobraban unos 130 dólares por un permiso de trabajo falso, los sospechosos fueron detenidos en Alajuela Costa Rica, y fueron puestos a las órdenes de las autoridades ticas, acusados de los delitos de venta o distribución de documentos públicos o privados, lo cual tiene una pena de entre tres y seis años de cárcel.
Aun les hacía falta pasar por el puesto de migración de Cañas: –“agáchense y no digan ni una palabra “–les dijo el chofer. Anastasia y Uriel aún cansados, y con el hambre, sed y barro hasta el cuello, no recordaban cuando fue la última vez que comieron, se doblaron todo lo que podían uno sobre otro, porque el taxi debía parecer vacío.
Mientras jugaban con la invisibilidad Anastasia recuerda la primera vez que vino a Costa Rica , tenía solo 22 años, un vecino de Llano Bonito de León Cortés los había mandado a traer desde Nicaragua para coger café, 22 nicaragüenses casi todos familia dentro de un camión que repartía pollo fue el medio que los transportó , un cajón oscuro, cerrado y casi sin poder respirar así pasaron por varias horas hasta que el finquero los mandó a recoger a San Carlos, pero una vez que llegaron al cafetal , el tal Zacarías Pérez nunca les quiso pagar , con el cuento de que tenía que descontarles la plata del coyote.
Golpizas y disparos lanzaba el cabrón finquero cada vez que intentaban escapar de esa especie de trata de personas que tenía con ellos. Don Silenio al que le decían de cariño “Ñoño” y “don Cajuela” otro amigo del grupo, casi mueren de las golpizas que Zacarías les propinó esa noche que los encontró en un bar mientras hablaban con una señora para ver si les daba cogida de café y casa a todo el grupo.
Las huidas fallidas, las apuntadas de bala en la cara, y las amenazas de Zacarías le siguen generando mucho repudio a Anastasia, pero cuando trabajó en la finca de su tocaya de apellido Valverde en Parritilla y ahora donde los Villegas, siente que haber venido a Costa Rica era su destino y que aquí tienen mejor vida.
El trayecto hasta Tarrazú fue largo, pero como no los pararon en el puesto de Cañas, ya venían más tranquilos, en San José les fue más fácil camuflarse. Al paso de unas horas, Uriel que ya tenía la boca seca de no tomar ni una gota de agua, le dijo a su madre en voz baja: “mami ya puedo hablar”, y ella le contestó con la voz también entrecortada: “si mi amor”.